El Boggle
No sé cuántas horas pasamos jugando al Boggle. Si no recuerdo mal, lo trajeron mi papá y mis dos hermanas mayores cuando volvieron de Orlando. Un juego relativamente sencillo: veinticinco dados con una letra en cada cara, ubicados aleatoriamente en un tablero de cinco por cinco. Las instrucciones venían en inglés, lógicamente, pero eran bastante claras. Había que encontrar la mayor cantidad posible de palabras, usando letras que se tocaran entre sí en el tablero, en cualquier sentido pero sin usar la misma dos veces en una palabra. Había otro indicio de que no era una producción autóctona, la ausencia de eñes y exceso de doblevés (que después de un tiempo resolvimos aceptar como emes). El tiempo era limitado. Recuerdo patentemente el apuro por escribir, la prisa al ver la falsa arena caer en el reloj que determinaba la duración de cada ronda. Esa prisa era desesperación cuando no lograba formar ninguna palabra, y si veía las manos de lxs demás escribiendo, era peor. Pero eso pasaba poc